EL CASTILLO DE TRASMOZ

  

 

"Aquel que tiene por cimientos pizarra negra de que está formado el monte, y cuyas vetustas murallas, hechas de pedruscos enormes, parecen obra de titanes, es fama que las brujas de los contornos tienen sus nocturnos conciliábulos. Los sábados, después de que la campana de la iglesia dejaba oír el toque de las ánimas, unas sonando panderos, y otras, añafiles y castañuelas, y todas a caballo sobre escobas, los habitantes de Trasmoz veían pasar una banda de viejas, espesas como las grullas, que iban a celebrar sus endiablados ritos a la sombra de los muros de la ruinosa atalaya que corona la cumbre del monte". 

 G.A. Bécquer

 

La mirada del viajero se siente atraída por la colina rocosa coronada por el castillo legendario. Asoma el sol por entre los muros ruinosos y silba el viento su canción de misterio. La carretera discurre a los pies del pueblo, cuyas casas se apiñan a la sombra de la fortaleza, rabioso contraluz en las mañanas soleadas y quietud dorada en los atardeceres. El Moncayo espera sereno y majestuoso, guardaespaldas del paisaje. Todavía se pisa somontano al llegar a Trasmoz; pero hay que subir, ascender, para enfrentarse con la historia y la leyenda, sin saber dónde termina la una y dónde empieza la otra.

Un rebaño de ovejas pasta en la ladera. Las palabras de Gustavo Adolfo Bécquer resuenan con fuerza: 

 

"Volví pies atrás, bajé de nuevo hasta donde se encontraba el pastor y mientras seguíamos juntos por una trocha que se dirigía al pueblo, a donde también iba a pasar la noche mi improvisado guía, no pude menos de preguntarle con alguna insistencia por qué, aparte de las dificultades que ofrecía el ascenso, era tan peligroso subir a la cumbre por la senda de la tía Casca

Porque antes de terminar la senda – fue la respuesta del pastor – tendríais que sortear el precipicio al que cayó la maldita bruja que la da su nombre, y en el cual se cuenta que anda penando el alma que, después de dejar su cuerpo, ni Dios ni diablo ha querido para suya". 

 

La Tía Casca fue, al decir de las gentes, la bruja más temida de la comarca, con alborotada cabellera siempre, en forma de guedejas que se le enroscaban como sierpes por su horrible rostro. Cuentan que el castillo de Trasmoz fue a manera de templo para la brujería europea.

La leyenda, andando el tiempo se ha convertido en atracción turística. Una ruta obligada porque a la belleza del paisaje se suma el pintoresquismo de las calles y plazas. Arriba está el castillo, que pasó de unas manos a otras en varias ocasiones hasta que en 1267 lo habitaba Blasco Pérez, sacristán de Tarazona, que labraba allí moneda falsa, y aquella práctica alquimista o poco menos dio pábulo a las leyendas que han llegado hasta nuestros días. Parece que la leyenda fue invención del citado sacristán y hay que aceptarla como un atractivo más, con su profunda carga literaria. 

D14 en Veruela